por Daniel Pipes
The Washington Times
28 de Mayo de 2014
The Washington Times
28 de Mayo de 2014
Hace exactamente un siglo, el afamado escritor británico G.K. Chesterton (1874-1936), a quien sus admiradores se referían como el pensador y literato más consumado del siglo XX, publicó una curiosa novela titulada La taberna errante. En pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial, se imaginó que el Imperio Otomano conquistaba Gran Bretaña e imponía la sharía.
Chesterton aprovecha este
implausible panorama como vector para ridiculizar el progresismo – aquel
mismo enfoque izquierdista, arrogante, "científico" y jerárquico de la
administración pública que caracteriza a la era Obama. "El oficio de los
progres consiste en seguir cometiendo errores" explicaba Chesterton con acierto, y La taberna errante
evidencia de forma mordaz sus estrepitosos fracasos. De paso, su
imaginario de un islote soberano islamizado presenta curiosos rasgos
merecedores de distinción en su centenario.
Chesterton habla de una
guerra en la que "el mayor de los guerreros turcos, el aterrador Osmán
Pashá, célebre por su valentía en la guerra y su crueldad en momentos de
paz a partes iguales" se alza con una famosa victoria sobre los
efectivos británicos, que conduce a la ocupación de Inglaterra, a que
los turcos se hagan con las jurisdicciones y a la creciente influencia
de "un destacado místico turco", un tal Misysra Ammón, que defiende
costumbres islámicas tales como no comer cerdo, la prohibición de las
imágenes religiosas, quitarse los zapatos a la entrada y el ejercicio de
la poligamia.
Pero la costumbre islámica más notable, y en torno a la cual gira La taberna errante,
es el decreto de Osmán Pashá que ordena la destrucción de los viñedos y
la abolición del alcohol. Lord Philip Ivywood, deseoso y progresista
seguidor de Ammán, aprueba en 1909 una ley seca que solamente permite
contadas excepciones: los edificios con carteles de hostería en el
exterior (a la espera de su desaparición universal) y dos célebres
tascas destinadas (por supuesto) a los parlamentarios, el Claridge's
Hotel y el Criterion Bar. Por lo demás, los pubs sirven limonada, té y
el resto de lo que Chesterton bautiza "bebercio sarraceno".
Aprovechando la antigua laguna, un avezado marinero irlandés y un
tabernero británico van rodando llevando con ellos el cartel itinerante
del pub "The Old Ship", un barril gigante de ron y una enorme pandereta
de queso cheddar. Cunde su bacanal, y la creciente indignación de Lord
Ivywood, postula el grueso de esta obra de ficción, culmina en una
revuelta británica contra Ivywood, contra Londonistán, contra las
fuerzas del orden turcas con el fez en la cabeza y contra sus abstemias
costumbres. Hostiles "al hecho de que ser aplastados por las armas de
caballeros de tez oliva y amarilla… hubiera hecho de los británicos lo
que llevaban siglos sin ser". Su heroica insurgencia culmina en la
muerte de Osmán Pashá "con su rostro hacia la Meca" y en la reapertura
de los pubs.
Aunque la lectura presenta un desafío, esta trasnochada ficción anticipa sin tapujos la alianza izquierdo-islamista de nuestro tiempo,
fenómeno por lo demás claramente invisible hasta los años 80.
Adelantándose al diputado George Galloway y al terrorista Carlos el
Chacal, el izquierdista Ivywood llamaba al islam "una gran religión" y
"la religión del progreso". Llegó a apelar a la unión integral entre el
cristianismo y el islam, que recibiría el nombre de Crislam (término actualmente en boga
en 2014), mientras un clérigo anglicano propenso a las modas quería que
la Catedral de San Pedro exhibiera "alguna clase de doble
distinción… que combinara la cruz con el creciente".
Descubrimos, con asombro, que Ivywood escribió una biografía del tiránico sultán otomano Abdul Hamid II para la colección Potentados progresistas, adelantándose a (entre otras obras) la aérea biografía de Hafez al-Assad
que firma Patrick Seale. La izquierda actual encuentra excusas para la
ablación femenina e Ivywood abandonaba a las menores occidentales
secuestradas en los harenes turcos razonando que "no debe de haber
nuevos engorros a cualquier vínculo cordial o nacional que se haya
forjado". Recordando a los progres de hoy en día, afirma que las mujeres
turcas disfrutan "de la mayor de las libertades" al tiempo que habla
con desprecio del grueso de sus paisanas británicas.
De igual forma, Chesterton
adelanta los demás asuntos inexistentes por entonces y omnipresentes
hoy. Ivywood especulaba con nuestros tiempos: dentro "de un siglo o
dos", dijo, "podríamos ver la causa de la paz, la ciencia y la reforma
apoyadas por el islam por doquier". Siguiendo esta tónica, defendió
"Asia en Europa", algo que ha logrado la inmigración musulmana.
El místico turco Ammón
promulga "sandeces de que la civilización islámica había sido fundada
por turcos [y] parecía pensar que los británicos volverían pronto a esta
forma de pensar". En la práctica, resulta banal escuchar en 2014 a los
islamistas conjugar que los musulmanes llegaron a América durante el siglo décimo y que el islam ocupó un papel protagonista en la redacción de la Constitución de los Estados Unidos.
La taberna errante
esboza de forma memorable un panorama curioso, socarrón y descabellado
del islam en Gran Bretaña, mucho más real en estos tiempos que cuando se
publicó hace mucho en una era muy diferente.
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