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"The fastest pen in the Middle East", nacio en Argentina y se radico hace una punta de años en Israel en donde vive con sus hijas Eden e Iris, su canario, su perra Taco y su vieja macintosh (que lo ayuda a hacer de sus garabatos algo publicable). En su tiempo libre escribe largas cartas a sus amigotes, habla con su mama y busca a Dios en las pequeñas cosas de todos los dias. ººººººººººº AVISO IMPORTANTE: Los dibujos que se encuentran en este blog son propiedad de quien esta escribiendo estas lineas (mea culpa!) y pueden usarse (previo consentimieto de un servidor) citando el autor, el blog y la distribucion a saber: *** PEPE FAINBERG - JERUSALEM *** http://pinia-colada.blogspot.com/ ºººººººººº ULTIMO MOMENTO! REPORTAJE A PEPE SOBRE EL BLOG "PINIA-COLADA" EN INGLES - IBA, CHANEL ONE, ISRAEL: ººººº http://www.youtube.com/watch?v=EP625cxRPaI ºººº DESDE YA QUE DISFRUTEN DE ESTA PINIA COLADA!

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sábado, 31 de mayo de 2014

La etiqueta #putosjudios fue trending topic con un alcance que superó los 17.000 usuarios

http://www.elimparcial.es/clicko.php?n=137926&t=Los+tuits+antisemitas+y+el+
mandamiento+614%26ordm%3B+por+Ricardo+Ruiz+de+la+Serna


El domingo pasado el Maccabi de Tel Aviv ganó la final de la Final Four de
la Euroliga de baloncesto contra el Real Madrid. El asunto no debería haber
tenido mayor trascendencia que la de una victoria deportiva de un equipo
contra otro. Los equipos españoles de todos los deportes ganan y pierden
constantemente partidos y títulos contra los de otros países u otras
ciudades. Nadie tuitea contra sus seguidores por eso.

Sin embargo, después del partido, comenzaron a circular tuits cuyo contenido
antisemita entusiasmaría a Julius Streicher, el siniestro editor de Der
Stürmer, que fue ejecutado tras los juicios de Nüremberg por haber
participado —a través de su revista- en crímenes contra la Humanidad. Si no
les termina de convencer la palabra antisemita, cámbienla por judeófobo. No
se trata ahora de la terminología, sino del discurso de odio que se está
propaganda a través de las redes.

Bastó que un equipo israelí ganase a uno español para que uno comenzase a
leer mensajes que evocaban las cámaras de gas o hablaban de matar judíos. La
etiqueta #putosjudios fue trending topic con un alcance que superó los
17.000 usuarios. A medida que pasaban las horas, los tuits con referencias,
por ejemplo, a los “putos judíos” o los “putos judíos apestosos” fueron
creciendo en número e impacto. No los repetiré aquí. Muchas de ellos iban
acompañados de las fotos de sus autores.

No es la primera vez que estos herederos de Hitler y sus aliados recurren al
activismo en internet para propagar su discurso de odio so pretexto del
deporte. Habrán visto las banderas nazis y neonazis ondear en estadios de
fútbol y eventos deportivos y a centenares de hinchas alzar el brazo o
agitar bufandas con divisas nazis tejidas en ellas. Si se fijan verán la
calavera que servía de emblema a la 3ª División SS Totenkopf o el hacha de
doble filo que simboliza la Francia de Vichy.

En esta ocasión, la victoria de un quipo israelí ha sido el pretexto —no hay
razones ni motivos para el odio, sino solo ocasiones de desatarlo- para
lanzar una campaña de mensajes contra los judíos. He escuchado a alguno
comentar estos días que no habría que tomárselo tan a pecho porque, en
realidad, “se refiere a los israelíes”, como si eso estuviese justificado o
fuera comprensible. Una de las nuevas formas de la judeofobia es el odio
contra Israel, de modo que el Estado judío democrático se convierte en el
judío de los Estados, heredero del odio antisemita que durante dos mil años
ha asolado Europa. Uno podría argumentar que no todos los israelíes son
judíos ni todos los judíos son israelíes pero, en realidad, no se trata de
eso. Entrar en ese debate, de algún modo, desvirtúa la cuestión. El odio a
los judíos y el odio a Israel surgen de la misma matriz antisemita y no
puede diferenciarse entre uno y otro.

De todos modos, los tuits no diferencian entre judíos e israelíes, de modo
que incluso la observación sería superflua. En alguno de ellos, parece
leerse el subtexto del judío como extranjero o como sospechoso, es decir, el
viejo prejuicio antisemita de la “doble lealtad” del judío. Uno creería leer
algunos capítulos de “La Francia Judía” de Drumont o “Bagatela para una
masacre” de Celine. A veces, España y Europa entera parecen abrazarse a sus
propias pesadillas. En esas pesadillas, siempre muere algún judío. Siempre
se quema una Torah o arde una sinagoga. En una ocasión, la tiniebla se
cernió por completo sobre nosotros y se alzaron vallas y campos y guetos.
Las cenizas de los crematorios cubrieron nuestra Historia y su sombra no se
ha despejado. Cuando leo estos mensajes sospecho que tal vez nunca lo haga.
El deber de memoria que acompaña a toda la Humanidad tiene un significado
muy profundo en la cultura judía. No en vano, recuerda Yerushalmi que el
verbo “zajor”, “recuerda”, aparece en la Escritura no menos de ciento
sesenta y nueve veces.

Cuando los nazis sacan a pasear sus antorchas, cualquier judío sabe lo que
significa. Cuando alzan el brazo, todo judío entiende el mensaje. Cuando
alguno banaliza o niega el Holocausto, un judío sabe bien hacia donde sopla
el viento. Cuando se coloca la bandera de Israel junto al símbolo del dólar,
uno entiende perfectamente de qué va la cosa. Estos mensajes no son una
anécdota, sino un síntoma de algo que está pasando en España y que algunos
se obstinan en no ver. Los nazis no se levantaron una mañana y comenzaron a
detener judíos. La violencia verbal es una de las facetas del discurso del
odio, una de sus primeras manifestaciones, pero no la última. El odio contra
los judíos no es el final de nada sino el comienzo de un ciclo atroz que
Europa ya conoce.

El antisemitismo impregna no solo afirmaciones o imágenes sino también
preguntas. Alguna persona me ha lanzado directamente “pero, ¿por qué odian
tanto a los judíos?”, como si existiese un “porqué”, es decir, una razón y
como si fuera la víctima del odio quien debe explicar por qué la odian o
justificar por qué no debería ser odiada. Durante los primeros años del
Reich, algunos judíos alemanes recordaron a sus compatriotas las
contribuciones que ellos —los llamados “alemanes de confesión judía”- habían
hecho al progreso y la prosperidad de la que consideraban su patria. No
sirvió de nada. Quien odia no necesita razones ni motivos. El antisemitismo
les brinda una identidad fortísima —ellos son “los que no son judíos”- y una
apariencia de poder porque tienen a quién despreciar. Recordando a Sartre en
las “Reflexiones sobre la cuestión judía”, si no tuvieran al judío tendrían
que inventarlo.

Además, alguno espera que el judío no reaccione sino que se deje insultar,
humillar, ofender y demonizar impunemente, como si no supiese a dónde
conduce ese camino. En realidad, parafraseando a Ben Gurion, lo más
importante no es lo que declaren los antisemitas, sino lo que hagan los
judíos. Por lo pronto, once organizaciones han presentado una denuncia ante
la Fiscalía General del Estado por presuntos delitos de injurias con
publicidad, provocación al odio y enaltecimiento del terrorismo. Así, ante
el discurso del odio, los judíos han pedido —como cualquier ciudadano- que
se aplique la ley.

Entonces, cuando el judío invoca la ley, es el antisemita quien busca su
protección. Tal vez sea esta una de las cosas que más me entristece y más me
indigna. Los mismos antisemitas que difunden el odio, pretenden ampararse en
la libertad de expresión como si fuesen los padres de la democracia. Uno
debe estar alerta, porque los nazis llegaron al poder al amparo de esas
mismas leyes e instituciones que querían destruir. Cuando pudieron, acabaron
con ellas. Hay que refutar este sofisma de que la libertad de expresión
ampara la provocación al odio o la exaltación del genocidio. La historia del
totalitarismo en Europa no puede haber ocurrido en vano.

El antisemitismo ha penetrado profundamente en nuestra cultura. A veces,
personas cuya buena fe me consta y a las que aprecio, manifiestan opiniones
o manejan información salidas directamente de los Protocolos de los Sabios
de Sion o de la propaganda nazi. Uno recuerda entonces la cita de Einstein:
“Es más fácil desintegrar un átomo que un judío”. Otras veces, resulta que
alguien con quien he estado —por ejemplo, en una tertulia- es un antisemita
o incluso un filonazi. Bueno, algún día tengo que pensar si un “filonazi”,
en realidad, es un neonazi o, como decía Violeta Friedman, un nazi y punto
porque aquellos y estos son los mismos. Entonces recuerdo el mandamiento
614º, el famoso texto de Emil Fackeheim que cito a menudo porque resume el
espíritu de un tiempo.

En el judaísmo, los mandamientos son 613, aunque muchos se refieren al
Templo, de modo que ahora mismo no se aplican. Después del Holocausto, Emil
Fackenheim, judío alemán, huido del campo de Sachsenhausen y superviviente
del Holocausto, escribió en 1967 que “primero, se nos ordena sobrevivir como
judíos no sea que el pueblo judío perezca. Se nos ordena, en segundo lugar,
recordar en lo más profundo de nuestro ser a los mártires del Holocausto no
sea que su memoria perezca. Se nos prohíbe, en tercer lugar, negar o
desesperar de Dios […] no sea que el judaísmo perezca. Se nos prohíbe,
finalmente, desesperar del mundo como el lugar que va a ser el Reino de Dios
no sea que lo convirtamos en un lugar donde Dios esté muerto, sea
irrelevante o todo esté permitido. Abandonar cualquiera de estos
imperativos, en respuesta de la victoria de Hitler en Auschwitz, sería darle
todavía otra victoria póstuma”.

De esto se trata, de evitar que la Historia se repita con el pueblo judío o
con cualquier otro pueblo. Por eso, once organizaciones judías han
denunciado los tuits antisemitas ante la Fiscalía. Esa es la razón por la
que los judíos de hoy —como hicieron aquellos que pudieron enfrentarse a los
nazis- se enfrentarán a quienes pretenden su exterminio. Uno de los tópicos
más injustos sobre los judíos de Europa es que se dejaron llevar como ovejas
al matadero. Allí donde pudieron resistir, resistieron. En todas las luchas
por los derechos humanos del siglo XX, desde el voto femenino hasta el
activismo contra la segregación en los EE.UU. —por poner dos ejemplos-, ha
habido judías y judíos en la primera fila. La experiencia del antisemitismo
suele crear una especie de sensibilidad hacia el dolor y la injusticia que
uno puede reconocer fácilmente.

Lo más importante no es lo que digan los antisemitas, sino lo que hagamos
nosotros. Usted y yo y cualquiera a quien usted le envíe esta columna y que
se dé cuenta de lo mucho que nosotros y Europa entera se juega con estas
cosas. Lo importante es que usted también puede evitar que los nazis y sus
aliados tengan una victoria póstuma. Lo que de verdad importa es que los
antisemitas no tengan la última palabra, sino que la tengan la razón, la
justicia, la libertad y la democracia.

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