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"The fastest pen in the Middle East", nacio en Argentina y se radico hace una punta de años en Israel en donde vive con sus hijas Eden e Iris, su canario, su perra Taco y su vieja macintosh (que lo ayuda a hacer de sus garabatos algo publicable). En su tiempo libre escribe largas cartas a sus amigotes, habla con su mama y busca a Dios en las pequeñas cosas de todos los dias. ººººººººººº AVISO IMPORTANTE: Los dibujos que se encuentran en este blog son propiedad de quien esta escribiendo estas lineas (mea culpa!) y pueden usarse (previo consentimieto de un servidor) citando el autor, el blog y la distribucion a saber: *** PEPE FAINBERG - JERUSALEM *** http://pinia-colada.blogspot.com/ ºººººººººº ULTIMO MOMENTO! REPORTAJE A PEPE SOBRE EL BLOG "PINIA-COLADA" EN INGLES - IBA, CHANEL ONE, ISRAEL: ººººº http://www.youtube.com/watch?v=EP625cxRPaI ºººº DESDE YA QUE DISFRUTEN DE ESTA PINIA COLADA!

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martes, 22 de octubre de 2013

Yom Kippur, la última guerra


Yom Kippur, la última guerra entre Israel y sus vecinos árabes

POR JUAN CARLOS ALGAÑARAZ


El enviado de Clarín al conflicto evoca la contienda iniciada el 6 de octubre del 73, que acabó casi un mes después con el triunfo israelí. Chaim Topol, el actor del célebre filme “El violinista en el tejado”, fue guía de los periodistas.

MADRID. CORRESPONSAL - 06/10/13 Hace cuarenta años, cuando arreciaba la guerra de Yom Kippur, Clarín cruzó el Canal de Suez con el violinista en el tejado. El enviado especial llegó hasta la orilla del Canal en medio de un enorme batifondo de explosiones, órdenes militares, tanques y camiones que circulaban enloquecidos y una nube de arena y polvo que lo envolvía todo. Allí estaba esperándonos de uniforme Chaim Topol, el famoso actor israelí que había alcanzado fama mundial protagonizando con gran talento la película “El violinista en el tejado”.

Era mi día de suerte. Topol fue mi valioso guía en esa jornada inolvidable en que Israel ganó la guerra después de llegar a la otra orilla colándose por una brecha estratégica entre el segundo y tercer ejércitos egipcio. Habían pasado con éxito el canal cuando comenzó la guerra y eran la base del dispositivo egipcio en el Seinarí. Comandados por el volcánico general Ariel Sharon, la ofensiva israelí barrió desde atrás las posiciones egipcias– sobre todo los misiles que martirizaban a su aviación–, llegó hasta la ciudad de Suez y, por el otro lado, al cruce de caminos que llevaba hasta El Cairo. Solo se interponía, se supo después, un solo regimiento entre la ofensiva israelí y la inmensa capital. Cuando los israelíes aislaron al poderoso tercer ejército y comenzaron a aniquilarlo, Egipto pidió una tregua.

 Para el enviado especial, todo había comenzado un día antes con una queja ante un viejo conocido, el Ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Abba Eban, en el hotel Dan de Tel Aviv, donde residía el periodista, en cuyos salones y habitaciones se concentraban por las noches políticos, jefes militares, periodistas y espías de toda laya. Me acerqué al canciller y le hice un gesto para propiciar una charla discreta. “A los periodistas de lengua española nos postergan en las mejores visitas a los frentes”, le dije sabiendo su gran debilidad por la cultura de España y la América Latina. Hizo un gesto de contrariedad y me confió: “Mañana va a hacer un buen viaje, se lo aseguro”.

Fue una promesa extraordinaria que se cumplió a la letra. Apenas pasada la medianoche se presentó en mi habitación un joven teniente coronel que me advirtió: “¡Prepárese bien! Lleve antiparras para proteger los ojos. Una botella de agua y poca comida. Lo espero abajo”. El teniente coronel me llevó hasta un ómnibus con periodistas y militares y se despidió: “Nunca olvidará lo que va a ver”. Salimos hacia el sur y pronto llegamos a las inmediaciones de Gaza. Creí que era otra visita a la zona del desierto, que había visitado esos días, donde se produjeron las más grandes y enconadas luchas de blindados desde la Segunda Guerra Mundial. El ómnibus se detuvo y nos cambiaron a esos rígidos camiones militares que te rompen los riñones y asfixian con el polvo y el olor a nafta.

Uno de los periodistas alertó: “¡Vamos hacia el Canal de Suez!”. Y así llegó Clarín a la orilla asiática del Canal de Suez, se alegró por Topol y avanzó en un pequeño vehículo que se sacudía constantemente. El puente militar estaba desplegado en una zona angosta junto al lago Amargo (Timsha) cerca de la vasta ciudad de Ismailia. Apenas tuvimos tiempo de echar un vistazo. Cuatro grandes barcos estaban anclados en el lago, se observaban los inmensos muros de arena que protegían la ineficaz línea Barlev, lanchas de desembarco, cadáveres egipcios por todos lados y un horizonte de columnas de humo que señalaba la gigantesca batalla. Llegamos enseguida a Africa. Topol nos subió a una camioneta azul y nos sumergimos en el “frente del frente”, la guerra en todo su siniestro esplendor. Por tierra avanzaban los blindados, carriers, camiones de tropas, con abastecimientos, municiones artillería grúas y cisternas. Los helicópteros volaban rasantes, un poco más arriba aviones de transporte y en el cielo el duelo entre los cohetes egipcios y la aviación de combate israelí. El estruendo era ensordecedor: artillería, ametralladoras y los cañonazos de los tanques.

Una columna israelí nos pasó a toda velocidad y dobló hacia un camino donde resonaba la batalla. Paramos para ver a los misiles egipcios que buscaban, señalados por estelas blancas, los aviones israelíes. Tres aparatos cayeron, uno dando vueltas como un trompo. Se abrió un paracaídas, uno solo, y los soldados gritaron y aplaudieron. Avanzamos a toda velocidad pero zigzaguendado para no pasar encima de los cadáveres que sembraban la ruta. La devastación era terrible: puestos de combate en llamas, más restos humanos en posiciones grotescas, uno partido por la mitad por un tanque. La mezcla de olores repugnantes a pólvora, a cuerpos humanos se sumaba a todo ese espectáculo deslumbrante y siniestro de la guerra para exaltarnos. Nos metimos de cabeza en la tierra de nadie. Una fila de tanques en batería detrás de nosotros hizo sonar sus sirenas para alertarnos.

Topol, impertérrito, nos confió con una sonrisa cómplice. “Muchachos, nos hemos pasado de las líneas israelíes. Mejor regresar”. Nadie se opuso. Los tanques comenzaron a disparar sus cañones, una andanada tras otra. Sobre una colina apareció un blindado egipcio despistado y casi de inmediato lo alcanzó el disparo de un tanque israelí. Hubo una explosión tremenda, seguida de otras, del tanque de gasolina y las municiones. Quedó un guiñapo de acero envuelto en llamaradas anaranjadas y azules. No pudimos entrar en Suez y emprendimos a toda carrera la vuelta a Tel Aviv para transmitir la información. A dos kilómetros de la cabecera de puente del Canal había un atasco formidable. Nos cayó encima un bombardeo de la artillería egipcia.

Corrimos a refugiarnos en un maizal, donde aguantamos las barreras de artillería durante agónicos 45 minutos. (En la primera página del diario Ya madrileño se publicó una información firmada por Pedro Mario Herrero. “Mientras nos caen las bombas, el enviado especial de Clarín dice: “Le dedico este cagazo a mi tía Martita que me estará escuchando”). Caminamos hacia el puente y de pronto las antiaéreas y los tanques abrieron fuego contra un misil que trataba de alcanzar Tel Aviv. Lo delataban las llamas azules del motor. Los egipcios contestaron y el cielo se cubrió de fogonazos, de las líneas rojas de las trazadoras antiaéreas y bengalas que caían en paracaídas.

 Cruzamos temblando de miedo el puente precario y llegamos a la otra ribera donde una formidable concentración militar esperaba para reforzar a Ariel Sharon. Volvimos como una exhalación a Tel Aviv. Cuando llegamos al hotel Dan envié por el telex, con el censor al lado, un despacho breve informando a la redacción de la lejana Buenos Aires que el tercer ejército de Egipto estaba rodeado y que Israel había ganado prácticamente la guerra. Gracias a la diferencia horaria, Clarín pudo parar las rotativas y publicarlo en portada. Me fui exultante a mi habitación. Creí haber participado en lo más parecido a una primicia mundial. Era el cien por cien de nada, pero me dormí a plomo. Agotado y contento.

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