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"The fastest pen in the Middle East", nacio en Argentina y se radico hace una punta de años en Israel en donde vive con sus hijas Eden e Iris, su canario, su perra Taco y su vieja macintosh (que lo ayuda a hacer de sus garabatos algo publicable). En su tiempo libre escribe largas cartas a sus amigotes, habla con su mama y busca a Dios en las pequeñas cosas de todos los dias. ººººººººººº AVISO IMPORTANTE: Los dibujos que se encuentran en este blog son propiedad de quien esta escribiendo estas lineas (mea culpa!) y pueden usarse (previo consentimieto de un servidor) citando el autor, el blog y la distribucion a saber: *** PEPE FAINBERG - JERUSALEM *** http://pinia-colada.blogspot.com/ ºººººººººº ULTIMO MOMENTO! REPORTAJE A PEPE SOBRE EL BLOG "PINIA-COLADA" EN INGLES - IBA, CHANEL ONE, ISRAEL: ººººº http://www.youtube.com/watch?v=EP625cxRPaI ºººº DESDE YA QUE DISFRUTEN DE ESTA PINIA COLADA!

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martes, 22 de octubre de 2013

opinion sobre el FINAL DE OCCIDENTE

Lincoln R. Maiztegui Casas

El Observador, Octubre 2013

El peligro que se cierne sobre Occidente


Acabo de ver un espeluznante video, en Youtube, en el cual una joven era lapidada por fanáticos musulmanes por haber cometido (o estar acusada de haber cometido) adulterio. Un supuesto religioso, que decía hablar en nombre de Alá, el más grande y misericordioso, atribuía los males del mundo al comportamiento de los humanos y al no cumplimiento de las reglas teocráticas, y terminaba su bárbaro discurso con histéricos clamores religiosos.

Hace ya un tiempo el ex presidente Sanguinetti se preguntaba, ante los avances del nuevo Medioevo, para qué había servido la victoria de don Juan de Austria en Lepanto, obtenida sobre la flota turca el 1º de octubre de 1571. Aquel combate, que el insigne Miguel de Cervantes definió como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” (bien que los sabía él, que se había ganado en ella el mote glorioso de “manco de Lepanto”) preservó las bases esenciales de lo que llamamos la civilización occidental, sostenida en el culto a la razón, el conocimiento científico y la convivencia armónica de ideas diversas.

Pero no aventó de manera definitiva el peligro de un retroceso radical. Hacia mediados del siglo V de nuestra era, una horda primitiva y brutal cayó como un gigantesco aerolito sobre el imperio romano: la integraban los Hunos, un pueblo que no entendía la relación con sus semejantes, sino como un juego de conquistadores y conquistados. Sabemos poco de aquellos formidables guerreros llegados desde las planicies de Asia central, y lo poco que sabemos viene de fuentes romanas o romanizadas, por lo que es posible que estemos exagerando sus rasgos negativos.

Todas ellas, sin embargo, los describen como arquetipo de la barbarie, como seres que se deleitaban en sembrar ruinas, humo y silencio donde antes alentaba, sonriente y multiforme, la vida.

Alguien, tal vez un religioso cristiano, definió a su jefe, Atila (395-453, llamado, en su lengua, Ethel), como “el azote de Dios”, llegado para castigar los pecados de la civilización. O sea, hace más de 1.500 años había gente que pensaba (es un decir) como los infrahumanos que hoy matan a pedradas a una pobre chica en nombre de la misericordia divina. Afortunadamente, hubo quienes no creyeron semejante idiotez y, bajo la égida del general romano Flavio Aecio, detuvieron a los invasores en la batalla de los Campos Cataláunicos, librada en el norte del actual territorio de Francia, en el verano del año 451.

Se me ocurre que hoy las cosas se han puesto mucho más difíciles. Porque la barbarie elevada a la jerarquía de virtud, el renegar consciente de todo lo que los siglos han aportado en materia de conocimientos y valores, no viene ya de afuera, como una bandada de langostas dañinas, ni es susceptible de ser detenida en una batalla, por formidable y heroica que fuera; es una cuña que se ha introducido en las entrañas de nuestra realidad. Convive con cada uno de nosotros día tras día, y pone un gigantesco punto de interrogación en el natural sentido de la vida, que no es otro que el de dejarle a nuestros descendientes un mundo más armónico, sereno y bello.

El fanatismo ha adoptado diversas formas, desde que tenemos ciertos datos: los Hunos, la Inquisición, el terror de la Revolución Francesa, el exterminio de millones de personas por causas raciales o políticas tienen hoy su réplica en la nueva teocracia, en cuyo seno el sentimiento religioso degenerado en odio, la destrucción del discrepante y el intento de regirse por normas jurídicas y éticas propias de tiempos que creíamos largamente superados, son apenas un indicio de lo que amenaza la subsistencia de miles de años de pensamiento racional.

Las democracias europeas (con alguna excepción, como Finlandia) parecen indiferentes ante esta peste, mucho más dañina que la que en el siglo XIV amenazó con terminar con toda la población de ese continente. La avidez de bienes insignificantes, el desprecio por la vida humana, la violencia gratuita e inconducente y la ignorancia devenida en objetivo, han pasado a constituir parte del “hábitat” que nos sostiene.

En resumen; si no somos mejores que los que lapidan mujeres, estrellan aviones contra edificios o hacen valer en pedazos a seres inocentes, no habrá Jeromines ni Flavios Aecios capaces de salvarnos.

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