Alguna vez Golda Meier declaró que “lo que nunca le vamos a perdonar a los palestinos no es que hayan matado a nuestros hijos, sino que nos hayan obligado a matar a los hijos de ellos’’. No recuerdo si lo dijo durante la Guerra de los Seis Días o la guerra del Yon Kippur; para el caso da lo mismo, porque desde 1947 Israel vivió en guerra. Las ganó a todas, pero sus dirigentes mejor que nadie saben que esos triunfos nunca representaron la victoria final. ¿Y entonces? Ésa es la tragedia: Israel sabe que la guerra nunca será la solución de fondo, pero es la solución para vivir cada día. Otra posibilidad no le permiten.
Yo no sé si los
judíos están donde están por orden de Moisés o de Teodoro Hertz; si el
mandato viene de la Biblia o de la declaración de Balfour; lo que sé es
que el pueblo judío se ganó el derecho de ocupar una mínima fracción de
ese territorio. Trabajo, inteligencia, coraje, fueron las virtudes
puestas para merecer un hogar nacional. Cuando llegó la hora de la
partición por mandato de la ONU, Israel se presentó a la cita con la
historia teniendo un ejército profesional, una economía fundada en los
kibbutz, una central de trabajadores, partidos políticos, burocracia
estatal e incluso la hazaña de construir un idioma propio. Del otro
lado, las tribus y la guerra. Siete ejércitos atacaron. Israel; los
derrotó a todos. En el camino hubo decisiones controvertidas, pero más
allá de la polémica histórica, el más elemental sentido común se
pregunta por qué tanto revuelo por veinte mil kilómetros cuadrados en un
territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados.
Israel
también en sus inicios contó con sus terroristas y fanáticos.
Institucionalmente la crisis se resolvió en junio de 1948, cuando Ben
Gurión decidió bombardear el Altalena, barco cargado de armas y
explosivos destinado a abastecer al Irgun, el grupo armado dirigido por
Beguin. La controvertida decisión de Gurión consolidó la autoridad
estatal y puso punto final a las pretensiones de los sectores más duros
¿Cuándo Abbas se decidirá a hacer algo parecido con Hamas?
Todo
nacimiento de un Estado nacional es un acto de violencia. Israel no fue
la excepción, pero es el único Estado que más de medio siglo después
debe dar explicaciones por su existencia, sobre todo debe defenderse de
quienes no critican a un gobierno o a una gestión, sino a esa existencia
misma. Hoy el mundo admite de la boca para afuera que Hamas es una
banda terrorista y mesiánica, pero son muy pocos los que se hacen cargo
de las consecuencias de ese reconocimiento. También se admite a
regañadientes que Israel es la única democracia en la región, pero
pareciera que eso en vez de ser una virtud es un defecto o una
formalidad irrelevante, como si la condición democrática no incluyera un
concepto del ser humano, un concepto de la sociedad y un concepto de la
política.
Sus universidades están calificadas
entre las mejores del mundo, sus políticas sociales son justas, la
movilidad social es excelente, su producción de conocimiento científico
es brillante, sus hospitales disponen de la tecnología más avanzada y
humanitaria, pero a sus empecinados críticos estos logros sociales no
les dicen nada. Ellos están afligidos porque el gobierno de Israel es
conservador. En cualquier país democrático del mundo la derecha es una
de las posibilidades del poder, pero en Israel eso pareciera ser un
pecado imperdonable.
¿Por qué no gobiernan los
progresistas? Gobernaron en su momento, pero sus enemigos externos nunca
dejaron de reclamar que el destino de los judíos es el mar. La última
vez que los progresistas tuvieron una oportunidad fue en 2000, cuando el
ministro Barak propuso satisfacer más del noventa por ciento de los
reclamos palestinos. La respuesta de Arafat fue la segunda Intifada. En
los últimos quince años a Israel nunca le fue bien con sus propuestas
pacifistas. A Barak le respondieron con la segunda Intifada; al retiro
del Líbano, con Hezbolá; a la entrega de la Franja de Gaza, con Hamas.
“Cuando fuimos comprensivos, débiles y apátridas, nos condujeron a las
cámaras de gas’’, le dijo Golda Meier a Oriana Falaci.
No
es ninguna novedad saber que, en sociedades democráticas, cuando la
izquierda no da respuestas, las soluciones empieza a proponerlas la
derecha. De todos modos, lo cierto es que la guerra para Israel no es
una cuestión de derecha o de izquierda, sino de salvación nacional. Como
dijera Ben Gurión, uno de los grandes estadistas del siglo XX: “Nuestra
arma secreta ha sido no tener alternativa’’.
Puede
que el gobierno de Israel sea de derecha, pero lo cierto es que en este
caso no está en guerra con un gobierno de derecha o de izquierda, sino
con una banda terrorista cuyos fundamentos ideológicos pertenecen al
campo de la extrema derecha. A las almas bellas ese detalle tampoco les
dice nada. En todas las circunstancias, el que tiene que pagar los
platos rotos es siempre Israel. A las almas bellas les encanta publicar
notas de judíos criticando a los judíos. Lo que nunca se preguntan es
por qué no hay testimonios críticos del otro lado. Preocupados por la
intangibilidad de los valores, a los caballeros tampoco se les ocurre
pensar que algo valioso hay en una sociedad donde el gobierno puede ser
criticado. Tampoco la coherencia interna los desvela. Por lo general, en
sus propios países son de derecha o de centro, pero a la hora de pensar
en Israel giran aceleradamente hacia la izquierda. Vargas Llosa es un
ejemplo aleccionador. En uno de sus viajes descubrió a Ilan Pappe, un
historiador israelí de extrema izquierda que asegura que el sionismo es
más peligroso que el Islam y que Israel como entidad estatal no tiene
derecho a existir. A diferencia de su platea palestina, no propone
arrojar a los judíos al mar, pero les deja servido en bandeja los
argumentos a los terroristas para hacerlo. En ninguna parte del mundo
Vargas Llosa estaría de acuerdo con un tipo como Pappe, menos en Israel,
claro está, donde descubre jubiloso que puede retornar a sus ideales
juveniles de izquierda.
Harina de otro costal es
Daniel Baremboim. Se puede estar o no de acuerdo con sus propuestas,
pero en todos los casos tiene derecho a hacerlas. En una sociedad
abierta es importante que alguien disienta, que alguien advierta sobre
los peligros de la guerra. Dicho esto, también importa decir que la
autoridad intelectual de Baremboim proviene de la música; sus opiniones
como ciudadano son importantes, pero para el campo de la política no
dispone de un saber especial o privilegiado. De todos modos, personajes
como Baremboim o Grossman, sólo son posibles en Israel. En la Franja de
Gaza hace rato que los hubieran fusilado.
Algunas
aclaraciones en esta coyuntura son importantes. Hoy la guerra en la
región no es contra los palestinos o los árabes, sino contra Hamas.
Acerca de quién inició las hostilidades armadas no hay discusiones: fue
Hamas. La banda necesita la guerra como Drácula la sangre. ¿La guerra es
un horror? Chocolate por la noticia. La guerra es un horror, pero el
problema no es ése, el problema consiste en saber qué debe hacer una
nación cuando se enfrenta con enemigos decididos a aniquilarlos. Poner
la otra mejilla puede ser una decisión, pero un gobernante responsable
no puede dar esa respuesta. La otra posibilidad es creer que Israel
bombardea Gaza porque le gusta matar niños y mujeres. El argumento es
interesante, sólo porque se nutre del más cristalino antisemitismo.
¿Tantos
años de guerra transformó a Israel en una nación integrada por
criminales? Es verdad que a ninguna nación le sale gratis vivir con el
dedo en el gatillo, pero está claro que no fue ése el destino que
eligieron los Padres Fundadores. “‘Quisimos ser Abel y nos obligan a ser
Caín’’, se lamentó alguna vez uno de los Padres. “Nunca nos gustó la
guerra dijo Golda Meir- ni siquiera cuando las ganamos’’. Se me hace
difícil imaginar a los terroristas de Hamas atravesando por esas dudas
existenciales. “Adoramos la muerte, como nuestro enemigos adoran la
vida’’, es su respuesta a tantos dilemas. Las almas bellas suspiran
acongojadas.
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